Siempre seremos unos niños para nuestros padres y nosotros nos inclinaremos a verlos como superiores, lejanos y, de alguna manera, incomprensibles. Cuando estamos en la etapa de la infancia, nuestros padres son para nosotros la imagen de la divinidad, en el sentido de que todo lo pueden, de que nuestro mundo depende de ellos y de que, de alguna manera, son terribles al no titubear en castigarnos. Los padres, en un sentido simbólico, son para sus hijos: omnipresentes, omniscientes y omnipotentes, es decir, el niño cree que sus padres están en todos lados, que todo lo saben y que todo lo pueden, pero hay un punto en el que el infante descubre la mentira y es en ese momento cuando la separación con respecto a sus padres–dioses inicia. El niño sigue creyendo en la divinidad de sus progenitores, pero ahora se oculta de ellos de la misma manera en que lo hicieron, en el jardín del Edén, los primeros hijos: Adán y Eva.
A pesar de que nos hacemos mayores, mantenemos la visión jerárquica del mundo, es decir, concebimos a nuestros padres por encima de nosotros (sin importar si fueron buenos o malos) y, a la vez, son nuestros abuelos los que se sitúan en la cima del gobierno. Es cierto que la visión jerárquica de la realidad nos permite imponer orden en las relaciones humanas, sin embargo, esta concepción del mundo como una sucesión de niveles de poder nos impide comprender la vida de los demás, específicamente, la de nuestros padres, quienes por haber sido incapaces de negarse a la satisfacción del deseo personal, terminaron trayéndonos a este mundo.
La mayoría de nosotros suele caer en el error de percibir a sus padres como: modelos a seguir o modelos a negar, y por ello es que difícilmente nos detendremos a considerar que nuestros padres no son más que mortales semejantes a nosotros. La concepción jerárquica del mundo es la que nos lleva a deshumanizar a nuestros padres y a olvidar que así como nosotros tenemos filias y fobias, ellos también sienten, desean, anhelan, hacen, destruyen e ignoran. Nuestros padres no son más que personas con hijos, es decir, la única diferencia entre ellos y nosotros es que llegaron primero al mundo debido a que nuestros abuelos tampoco pudieron negarse a la satisfacción de su deseo, en este sentido, toda concepción surge de un sentimiento egoísta, pues lo que se busca es la complacencia de un deseo o idea personal.
A pesar de que los hijos se hallan en la base de la pirámide jerárquica, suelen caer en el error de suponer que son mejores que sus padres, o de que tienen más derecho que ellos para decidir, esto ocurre principalmente cuando los hijos han “des–divinizado” la imagen de sus progenitores. Los hijos, a veces y por arrogancia, asumen papeles autoritarios que no les corresponden en contra de sus padres, suponen que su juventud les otorga mayor lucidez con respecto a cómo administrarse en el mundo y creen, tontamente, que entienden mejor “la realidad”, pero no es así, los hijos no entienden nada, como tampoco los padres. Nadie entiende nada. Y es que: ¿qué son nuestros padres, sino hijos de nuestros abuelos? ¿Y qué son nuestros abuelos, sino hijos de nuestros bisabuelos? La división jerárquica del mundo nos ha alejado unos de los otros, negándonos la posibilidad de percatarnos de que todos somos hijos de otros hijos suponiendo que entienden lo que la realidad es, pero en realidad, nadie entiende nada.
La cuestión de los roles de padres e hijos adquiere un matiz interesante cuando se asume desde la filosofía platónica, la cual es la base del cristianismo y de toda religión que crea en un sólo dios todopoderoso. Según la filosofía platónica, Dios (que no tiene nombre ni forma definida y que nunca fue creado, pero siempre ha existido) hizo a todas las almas al mismo tiempo. Este nacimiento de las almas es el momento en el que la primera chispa de vida surgió, chispa que ahora mismo destella en nuestro corazón y que se ha mantenido encendida desde el principio de los tiempos. Todas las almas, siguiendo con el platonismo, se crearon al mismo tiempo, pero se encarnaron en diferentes momentos y por ello es que algunas personas son más viejas que otras. Asumiendo esta perspectiva como posible, no hay padres ni hijos, sino simplemente almas encarnadas en diferentes momentos. Nuestros padres, por ende, son nuestros hermanos, como también lo son o serán los hijos que tengamos. Todas las almas son hermanas porque nacieron juntas. Todas las almas son diferentes y la misma al mismo tiempo. El filósofo Michel Hulin, en La mística salvaje, utiliza una analogía oceánica para explicarlo mejor:
«El alma individual es al alma universal lo que la ola es al océano. Cuando el alma está en la ignorancia metafísica, se asemeja a una ola que se cree independiente de las otras, elevándose por su propio impulso y cayendo de nuevo por su propia debilidad. Pero, cuando el alma está Iluminada es comparable a una ola que no aspira ya más que a reabsorberse en la masa líquida con la que forma un cuerpo. La salvación se comprende aquí en términos de abolición de toda frontera entre el “sí mismo” y “lo Otro”. Para cada ola, se trata menos de llegar a morir en el océano apaciguado que de consentir en fluir sin cesar en las otras olas y en hincharse a su vez en ellas, todas igualmente atravesadas por el flujo y el reflujo de un mismo movimiento ascendente.»
El hecho de que veamos a nuestros padres como extraños y de que ellos nos conciban como infantes se debe a que no comprendemos que toda jerarquía es ilusoria. Sí, nuestros padres se encarnaron en el mundo antes que nosotros, pero a fin de cuentas su origen y el nuestro es el mismo. ¿Quiénes son nuestros padres? Son nuestros hermanos. ¿Quiénes son nuestros hijos? También son nuestros hermanos. ¿Y qué es lo que los hermanos se deben entre sí? Compasión. Nos creemos distintos, pero somos iguales La individualidad no es real. Todos somos olas del mismo océano. Las olas cambian, pero todas están formadas de la misma agua. Olas y olas, distintas e iguales. No hay padres ni hijos, sólo unidad. Sólo el vaivén del sentimiento oceánico.

Miguel Ángel Martínez Barradas, académicamente tiene estudios de posgrado en literatura. Profesionalmente se ha dedicado al periodismo, a la edición de textos y a la docencia. Como creador tiene publicaciones en poesía y fotografía. En cuanto a sus intereses investigativos, éstos se centran en la literatura y filosofía grecolatinas; el Siglo de Oro español; el hermetismo; y la poesía hispanoamericana.